NUESTRO HITLER. Colaboración especial.

Raras veces Alemania poseyó un hombre de Estado que como Adolf Hitler ya en vida tuvo la gran dicha de ser respetado, amado, y lo que es más importante aún, comprendido por la abrumadora mayoría de su pueblo.

Hitler fue el único político alemán de la época de posguerra que captó y predeterminó claramente el estado de su Nación y que tuvo el coraje y la decisión de sacar de ello las necesarias consecuencias, duras y frecuentemente inexorables.

Está demás sobreabundar en detalles sobre la trascendencia histórica de un hombre que ya ha solucionado ingentes problemas, cuya influencia no puede ser medida, que se dispone a completar la obra de Bismarck, y que obligó hasta a los malevolentes e incrédulos a admirar sus realizaciones.

Nosotros, los nacionalsocialistas, veneramos a Adolf Hitler no sólo como personalidad histórica. Como sus camaradas y combatientes elevamos nuestras miradas, con abnegada adhesión y lealtad inclaudicable, hacia nuestro Führer, quien en las profundidades y alturas de su carrera, desde el comienzo de su actividad política hasta su coronación mediante la ascensión al poder, siempre ha seguido siendo él mismo: un hombre entre los hombres, un amigo de sus camaradas, un promotor generoso de todas las aptitudes y de todos los talentos. Un preparador del camino para aquellos que se entregaron a él y a su Idea, un hombre que conquistaba al asalto los corazones de sus combatientes y nunca más los volvía a soltar de sus manos.

Los millones de compatriotas que alzan la vista en dirección a su Führer con creyente confianza, para los cuales su figura ha llegado a ser el símbolo de su fe en el futuro, conocen a Adolf Hitler sólo a gran distancia. Pero el que tiene la fortuna de estar cerca de él, sabe del encanto de su persona y debe confesar: cuanto más tiempo se conoce a Hitler, tanto más se aprende a apreciarlo y amarlo, tanto más incondicionalmente se está dispuesto a dejarse absorber por su gran causa y a servirlo. Y que sea dicho de una vez: amamos a este hombre y sabemos que merece todo nuestro amor y adhesión.

Si Adolf Hitler se pudo imponer contra la maraña de mentiras de sus adversarios, que lo envolvían de odios y calumnias, si al final triunfó sobre todos sus enemigos y plantó el estandarte de su Revolución Nacional sobre Alemania, quiere decir que el destino lo ha elevado a él ante todo el mundo de entre la masa humana, colocándolo a él en aquel lugar que, en virtud de sus dotes geniales y de su puro e inmaculado humanismo, le corresponde.

Recuerdo aún los años cuando Hitler —que recién habla abandonado la fortaleza— dio comienzo a la reconstrucción de su Partido. Vivimos entonces algunos hermosos días en su querido Obersalzberg, en lo alto de Berchtesgaden. Y mientras caminábamos por las montañas, trazamos planes para el futuro y discurrimos sobre teorías que hoy hace tiempo que han llegado a ser realidad.

Pocos meses después nos hallábamos sentados en una habitación de un pequeño hotel berlinés. El Partido acababa de recibir severos golpes. El malhumor y el espíritu de discordia habían hecho presa hasta de los miembros del Partido y toda la organización amenazaba con desintegrarse.

Entonces fue Hitler quien no perdió el ánimo, quien organizó la lucha defensiva, quien intervino en todas partes prestando su ayuda, y no obstante sus preocupaciones de índole personal y política halló el tiempo y los nervios necesarios para superar todas las resistencias y robustecer el espinazo de sus combatientes.

Constituye un rasgo hermoso y noble de Adolf Hitler el hecho de que nunca abandona a una persona que se ha conquistado su confianza. Cuanto más los adversarios políticos golpean sobre él, tanto más inquebrantable es la lealtad de su Führer, No es de aquellos que no pueden tolerar a su lado la presencia de fuertes personalidades. Por el contrario, cuanto más duro y férreo es el hombre, tanto más apreciable le parece. Y si se produce un antagonismo entre los combatientes, bajo su mano reconciliadora encuentran compensación. ¡Quién hubiera creído posible que en nuestro pueblo de las individualidades podría haber surgido una organización de masas que abarca e incluye todo, realmente todo! ¡Esta obra es el mérito de Adolf Hitler!

Duro e inflexible en los principios, magnánimo y comprensivo frente a las debilidades humanas, es un adversario inmisericorde de sus oponentes, pero un amigo bueno y cordial de sus camaradas: este es Hitler.

Se ha dicho alguna vez que lo grande es lo sencillo, y lo sencillo, lo grande. Estas palabras cuadran a Hitler. Su modo de ser y todo su mundo de ideas son una simplificación genial de la penuria y el desgarramiento anímicos que embargaron al pueblo alemán después deja guerra. Hitler ha llevado a todos los connacionales a un denominador de validez común. Y por eso sólo pudo triunfar su Idea, porque la ejemplificó con su vida y de esta manera la hizo comprensible también al hombre de la calle en su hondura e inmensidad.

Para saber qué clase de hombre es, tiene que haberse visto a Hitler no tras sus victorias sino luego de sus derrotas. Jamás se abatió bajo un golpe, jamás perdió el valor y la fe. Centenares se llegaron a él para buscar nueva esperanza y ninguno volvió a irse sin ser fortalecido.

El que creyó que tras el revés que sufrió el Partido en noviembre de 1932, Hitler estaba definitivamente aniquilado, se equivocó absolutamente. El Führer pertenece a aquellos hombres que se agrandan en las derrotas, y para él es adecuada la sentencia de Friedrich Nietzsche: "Lo que no me mata, sólo me hace más fuerte".

¡Cuántas veces lo he vivido en nuestros viajes juntos! De qué manera lo contemplaban los ojos felices y agradecidos de un hombre de la calle. Y cómo las madres alemanas alzaban sus hijos, señalándolo a él. ¡Cuántas veces he comprobado que en todas partes en que era reconocido difundía alegría y felicidad a su alrededor!

Los bolsillos repletos de paquetes de cigarrillos y monedas de marcos, asf emprendía sus viajes. Ningún joven aprendiz que encontrábamos en la calle se quedaba sin recibir un obsequio.

Para cada madre tenia una palabra amable y para cada niño un cálido apretón de manos. No por nada la juventud alemana se ha apegado a él fervorosamente, porque sabe que su Führer es joven y que su bienestar o infortunio están en buenas manos.

La prensa adversaria marxista ha descrito a Adolf Hitler como un tirano que gobierna autocráticamente con sus sátrapas. ¿Y cómo es en realidad? El mejor amigo de sus camaradas. Alguien para cualquier dolor o penuria tiene un amplio corazón y humana comprensión.

Para aquel que no conoce a Hitler es una especie de milagro que millones de seres le brinden de tal modo su amor y adhesión. Para el que lo conoce esto es casi lógico y natural. En la indescriptible fascinación de su personalidad reside el misterio de su acción. Los que más lo aman y veneran son los que se hallan más estrechamente ligados a él. Y el que alguna vez le tendió la mano para el juramento de lealtad, se le ha entregado en cuerpo y alma.

Ádolf Hitler ha llevado a Alemania desde su más honda degradación nuevamente a la altura del honor y del prestigio. Detrás de él está una tropa de combatientes decidida y fiel, dispuesta a entregar hasta lo último por él y su Idea. Millones de los mejores alemanes ofrecen en sus manos abiertas sus corazones rebosantes de gratitud, a su salvador y Führer, pronunciándose por la comunidad nacionalsocialista del pueblo. Porque el pueblo posee un fino instinto para reconocer la auténtica grandeza y nada sienten tan profundamente los alemanes como la verdadera pertenencia de su Führer al pueblo.

Y todos aquellos que llegaron a conocer a Adolf Hitler como ser humano en su naturaleza más íntima saben que no sólo es el Führer y combatiente, que es también un hombre lleno de simpatía, que para todo dolor, para todas las debilidades humanas tiene un corazón amplio y abierto. Esto lo comprenden más que nadie los niños, que permanentemente se agolpan jubilosos a su alrededor. ¡Y el que tiene a la juventud tiene también el porvenir! Y por el porvenir de Alemania, con el Führer y hombre Adolf Hitler, no necesitamos temer.

EL DIA DEL PARTIDO DE LA VICTORIA. TRUINFO DE LA FE.

El 1° de septiembre de 1933 fue inaugurado en Nuremberg el quinto Día del Partido del NSDAP.

Hess, el sobrio, claro, enemigo de toda exageración, lo llamó el Día del Partido de la Victoria. Y bajo esta designación seguirá viviendo, como Día del Partido de la Victoria finalmente conquistada, después de haber sido el Día de 1927 el del inicio de marcha y el de 1929, uno entre las batallas, el Día del Partido de la Concentración.

En estos primeros días de septiembre, en los que se comienza a guardar la cosecha en los graneros, Nuremberg, la vieja ciudad del Reich, ofrece un cuadro avasallador. Incluso los que están habituados a concentraciones festivas, a grandes manifestaciones en masa, a la presencia de cientos de miles de seres jubilosos, de enfervorizados compatriotas, a horas plenas de solemnidad y de sublime entusiasmo, incluso los que participaron de los anteriores Días del Partido se sienten cautivados como por una fuerza elemental.

¡Demasiado portentosos son estos días!

Nunca antes tuvo lugar tamaña revista, tal confluencia de masas. El cielo tiende una gigantesca bóveda sedosa, de un azul pálido, y brinda un hermoso y radiante tiempo de Hitler al día en que el Movimiento se reúne para celebrar seria y festivamente la victoria conquistada, con un inmenso servicio divino de acción después de la campaña ganada. La antigua y maravillosa Oración de Gracias neerlandesa, intrépida canción de gratitud de los guerreros, llena de unción, resuena cada hora en el Día del Partido. Desciende el cántico de los cielos, en tanto los hombres se mueven de un lado a otro, presa de febril exaltación, como si gozaran de un obsequio inconcebiblemente bello.

De toda Alemania han acudido columnas seleccionadas. Es una distinción poder hallarse en Nuremberg en estos días. Si se hubiera dejado al libre arbitrio de cada uno, nadie hubiera permanecido en Alemania en su casa, no se hubiera visto un sólo camisa parda en todo el Reich. Todos ellos, todos, los millones, hubieran peregrinado a Nuremberg para rendir homenaje al Führer, aclamarlo jubilosos y celebrar conjuntamente la victoria.

Pero es imposible que puedan caber tantos millones en una ciudad. Fue ya una descomunal obra maestra de la dirección de la concentración, poder transportar a semejante masa, alojarla, alimentarla, ponerla en movimiento, hacerla marchar a la ida y a la vuelta y, por último, trasladarla de regreso.

El ferrocarril realizó verdaderos milagros, porque el tráfico normal no debía ser perturbado bajo ninguna circunstancia —cada tren especial para Nuremberg era un tren adicional que se intercalaba dentro del horario habitual—, y corrieron 340 trenes especiales, 340 trenes que tenían que ser articulados, conducidos y emplazados en algún punto en los alrededores de Nuremberg.

100.000 hombres debían ser cargados, transportados, descargados y nuevamente cargados, otra vez transportados y nuevamente descargados. 1.500 nuevos horarios se fijaron. 325.000 kilómetros habrían de ser recorridos, para lo que se hizo necesario aprontar 130.000 kilómetros de vía. Aparecía como irrealizable, pero cuando el primer tren especial empezó a circular, se puso en movimiento un engranaje que funcionó de manera tan precisa que no se produjo ni una sola interrupción, ni la menor confusión, ni un solo accidente.

Y en tanto los ferroviarios planificaban los horarios, los encargados especiales de la SA se dedicaron a la organización del alojamiento. Se erigieron carpas para 100.000 hombres.

140.000 metros de carpas se utilizaron; se acarreó paja para los lechos; se realizó la instalación de luz eléctrica con sus correspondientes centrales; se construyeron cañerías y gigantescos baños; se proveyó de todo lo que constituye el avituallamiento de un pequeño ejército: miles de quintales de pan, carne, embutidos, manteca, queso, fideos, arroz, etc.; 500 recipientes para caldos, con una capacidad unitaria de 250 litros, fueron montados sobre mampostería.

Además se tendieron los cables de luz y de teléfonos, se erigieron tribunas, se levantaron cercos, se realizaron los desvíos de tránsito requeridos. Se fijaron los carteles de concentración, los mástiles de las banderas y se erigieron las tribunas para los oradores. Resulta interminable enumerar todo lo que fue montado en pocas semanas por la dirección de la concentración. Y cuando los primeros hombres SA, adornados con flores, entran marchando a la ciudad, todo se halla en orden como si nunca hubiera sido distinto en Nuremberg, como si allí vivieran siempre 100.000 hombres SA.

Cuando la Vieja Guardia observa esta ciudad, antiguos recuerdos despiertan. Piensan en el Día Alemán del año 1923, que dio impulso inicial para tal magnificencia y grandeza. Recuerdan los Días del Partido de 1927 y 1929, cuando marcharon 30.000 y 60.000 hombres, respectivamente, y a ellos les pareció una gigantesca muchedumbre. Evocan la prohibición del Día del Partido en los difíciles tiempos del año 1931, cuando se les despojó de las camisas y se prohibió la SA. Sí, y ahora ella marcha a través de esta ciudad que vio tantas etapas del Movimiento. Y ellos entran como vencedores después de una lucha de 14 años.

Bosques enteros de abetos se han desplazado a la ciudad, todos los canteros de flores de Franconia parece que hubieran sido saqueados. Nunca anteriormente esta ciudad tuvo tal colorido, fue tan festivamente adornada. Quizá en los grandes días del Reich del Medievo, cuando los reyes y príncipes, los señores y caballeros hacían su entrada en la ciudad del Pegnitiz, se velan tal número de guirnaldas, se mecían de tal modo las banderas y los tapices y paños pendían de las ventanas y balcones.

En todas partes las flores dan su bienvenida. Las calles están sembradas de flores, las puertas, ventanas y cornisas de los techos están enguirnaldadas con flores. Y también las lucen las tribunas y en los mástiles de las banderas se enroscan en multicolor cadena. Y por sobre ellas ondean las banderas rojas de la libertad alemana. Los escudos de la ciudad también dan su bienvenida sobre los portones de las casas, y las consignas y carteles se arquean de casa a casa, de un lado al otro de la calle. El castillo resplandece en luz blanco-azulada. Los reflectores lo arrancan de la noche y ofrecen su magnifica vista a los hombres que llenan la ciudad de su brillo rojo-dorado.

En todas partes se oye el tambor y los vibrantes sones de las bandas de las SS y SA. Resuenan las marchas, las viejas canciones de combate, clamorosamente coreadas por la multitud.

Desde lo alto del castillo una gigantesca svástica brilla en la noche.

¡Cómo se alzan los brazos! El júbilo no se acalla.

Y luego, el viernes 1° de septiembre, se inicia el Día del Partido en el gran hall de la Luitpoldhain.

Hess lo inaugura. El Lugarteniente del Führer, el más leal de Adolf Hitler.

Tranquila y firme emerge su mirada bajo las espesas cejas y el mentón aparece aún más marcado: "Inauguro el Congreso del quinto Día del Partido del NSDAP, el primer Día del Partido después del acceso al poder del Nacionalsocialismo.

Inauguró el Día del Partido de la Victoria".

Entonces irrumpe por primera vez un infinito aplauso. En sus palabras cada uno advierte la trascendencia de estos días.

Hess continúa y su rostro concentrado se torna más anguloso y firme: "Ante todo, recordemos a nuestros muertos". Como un solo hombre se pone de pie la asamblea. Los brazos se extienden.

Color rojo-sangre pende del asta la Bandera del 9 de Noviembre, sostenida por un hombre SS. Sordamente se baten los tambores y nombre tras nombre recorre la sala, nombre tras nombre. Ya son cien, doscientos, trescientos y aún no termina. Es una nómina conmovedoramente larga.

Los brazos comienzan a pesar, a temblar, los tambores siguen su redoble y continúa nombre tras nombre, nombre tras nombre. Aparentemente esta lista de héroes no ha de finalizar jamás.

Pero después concluye también esta canción de los héroes de una gran lucha por Alemania, que únicamente consistió de nombres, de nombres de muertos y nítida y grave se oye la voz de un hombre SA de entre la multitud: "¡Ellos marchan en espíritu juntos en nuestras filas!"

Hess prosigue.

Habla del inmenso cambio que se ha realizado, del hecho que el Congreso de lo más acerbos negadores del Estado de Weimar se ha convertido en el Congreso de los sostenedores del Estado. Declara al Congreso como la representación popular más moderna del mundo. Por último, honra al Führer. Lacónicamente, escuetamente, con sencillez militar y, no obstante, conmovedoramente hermoso, precisamente porque las palabras son tan llanas:

"¡Mi Führer! Ud. como Führer del Partido fue para nosotros el garante de la Victoria. Cuando otros vacilaban, Ud. se mantuvo erguido. Cuando otros aconsejaban el compromiso, Ud. permaneció inflexible. Cuando otros se desanimaron, Ud. difundió nuevo coraje. Cuando otros nos abandonaban, 'Ud. tomó la Bandera más decidido que nunca.

Hasta que la Bandera como Bandera del Estado anunció la Victoria. Y nuevamente Ud. lleva la Bandera adelante. Como Führer de la Nación Ud. es el garante de la victoria final. Saludamos al Führer y en él al porvenir de la Nación".

Atronador retumba el ¡Heil! al Führer en el inmenso hall de fiestas. Luego el ministro del interior y Gauleiter bávaro, Wagner, lee la proclamación del Führer, en la cual se asientan las palabras memorables:

"El Movimiento Nacionalsocialista no es el conservador de los Länder del pasado, sino su liquidador en favor del Reich del futuro. No son los Länder los pilares del Reich, sino única y exclusivamente el pueblo alemán y el Movimiento Nacionalsocialista".

Con el obsequio del famoso grabado de Dürer2 "El Caballero, la Muerte y el Diablo", Nuremberg honra al Führer de la Nación. Y no se podía hallar un presente más significativo que antiguo y bellísimo grabado del caballero sin miedo y sin tacha que, impávido ante la Muerte y el Diablo, la enemistad, la envidia y el odio, cabalga, la mirada dirigida hacia adelante, hacia la victoria, hacia la plena realización.

Todavía ese mismo día el Führer habla en la gran sesión cultural del Partido. Cristalinamente va formulando los fundamentos raciales de todo arte. Se advierte que este discurso emana de lo más profundo del corazón, entrañando una apreciación directriz para la creación artística de cualquier índole. Al concluir el Führer, todos los que lo escucharon en Nuremberg o en el resto de Alemania, por los numerosos aparatos de radio, perciben que allí se ha dicho más respecto de la esencia del arte y del artista, de sus obligaciones y libertades, de sus objetivos y de sus condicionamientos, que en mil libros verborrágicos que se ocuparon y se ocuparán del arte

Inolvidables resultan las palabras finales: "Los monumentos de la cultura de la humanidad fueron siempre los altares de la recapacitación sobre su misión más elevada y su mayor dignidad. Como la insensatez y la injusticia parecen dominar el mundo, hacemos un llamamiento a los artistas alemanes de hacerse también cargo de la defensa más orgullosa del pueblo alemán por intermedio del arte alemán".

Al día siguiente tiene lugar la gran llamada de los Amtswalter3 en la Zeppelinwiese4. 160.000 Amtswalter han formado junto a los 100.000 hombres SA yNSS. 160.000 hombres de la Guardia Civil del Partido. Inabarcablemente fluye el color rojo-sangre de las banderas en el gigantesco campo de la Pradera, desbordando cada vez más y más sobre los escalones hacia abajo, conformando un espectáculo excitante que provoca, de una manera indefinible, el gozo por doquier. Pareciera que este rio rojo-sangre no tuviera fin, como si fuera el símbolo de la eternidad de la Alemania Nacionalsocialista.

Ahí se hallan formados los 160.000: Ortsgruppenleiter5, Kreisleiter 6, Blockwarte7, Zellenobleute8, Gauleiter, Pressewarte9, Propagandaleiter10 y los restantes servicios que todos ellos cumplen, viejos combatientes por la Idea de Adolf Hitler, acreditados en mil batallas.

Sobre ellos flamean las banderas, y delante de éstas resplandece la gigantesca águila del Movimiento de Liberación Alemán. El verdor de los árboles circunda el campo que se extiende en la lejanía y en donde, pese a hallarse tan gran número de hombres, todavía queda espacio para más gente.

Es un cuadro emocionante este ejército pardo del espíritu, el ver como ahora saluda jubilosamente a su Führer en un grito unánime, el contemplar cómo las banderas se alzan y el viento agita los paños desplegándolas, mostrando a la svástica triunfal que brilla.

Año tras año han combatido y saben que nuevamente año tras año han de tener que combatir para consolidar la Victoria, afianzándola en los corazones de los alemanes hasta que nadie pueda ya pensar en algo diferente que en un Reich Nacionalsocialista.

¿Cómo dijo el Führer? "Dentro de pocos días Uds. volverán a la vida cotidiana y a la lucha corriente del Movimiento. El gran Congreso con ello habrá finalizado. La lucha comienza de nuevo. Somos un Movimiento joven y sabemos que nada puede ser concluido en 14 años. Así como hoy nos hemos encontrado aquí, así nos volveremos a encontrar dentro de dos años y nuevamente dentro de cuatro y dentro de seis años. Y de ese modo este Movimiento tendrá su encuentro durante 20, 80 y 100 años, hasta el más lejano porvenir".

Si. Esto es lo que entusiasma tanto a los hombres de este Movimiento, lo que los subyuga e inflama: que aquí nada está planificado, pensado, hecho para un mes, para un año, sino que aquí se convoca para una obra para la eternidad, para una construcción de catedral del Reich, que los hijos y los nietos de los hijos concluirán en el futuro. Aquí, recién en este Movimiento, la vida ha vuelto a tener su sentido, pues ¿por qué hemos de crear algo que de todos modos ha de fenecer con nuestra muerte? No vale la pena ser comenzado. Pero lo que legamos a nuestros nietos para una ulterior creación, eso recién nos hace grandes.

Por la tarde el Führer se encuentra ante 60.000 Hitlerjungen. También ellos duermen en carpas, también ellos han montado sus grandes cocinas y han marchado como cualquiera de las SA y SS.

Y ahora están formados allí para tributar su homenaje al Führer y expresarle que su llamamiento al futuro no ha de ser en vano, que ya hoy, ahora, como muchachos, como muchachas, le juran continuar su obra y entregarla alguna vez a sus hijos, intacta y limpia, como ellos la recibieron de la mano de Adolf Hitler. Ellos, la juventud alemana del futuro próximo.

Durante varios minutos el Führer no puede tomar la palabra, tan inmensamente lo envuelve el júbilo clamoroso de la juventud. Cada vez que alza la mano para que se haga silencio, irrumpe una nueva marea viviente de gritos de ¡Heil! y lo cubre de tal manera que no puede hacer otra cosa que volver a bajar la mano y dejar pasar sobre si estas arrolladuras irrupciones de alborozo. Y ante este fuego de la juventud se funde por último la seriedad que tornó severos sus rasgos a lo largo de los días, y una hermosa, feliz y liberada sonrisa ilumina por completo su rostro. Adolf Hitler sonríe, tan profundamente lo llena de alegría lo que aquí vive. Y en efecto, ¿cuándo un hombre de Estado, un conductor popular, pudo jamás vivir algo similar?

Es una gracia del Cielo, es el agradecimiento por catorce años de pesado bregar. Es el agradecimiento más hermoso que pudo recibir el Führer.

Y grande y comprometedoramente habla el Führer a la juventud alemana. El no baja hacia ella, él exige de ella la máxima concentración para que comprendan lo que dice. Formula las frases de tal manera como si hablara a adultos. Ensalza ante la juventud la camaradería, la convoca para llevar los ideales de la juventud a la época adulta, y no avergonzarse de ellos y olvidarlos. Los exhorta a practicar la virtud, a ser valientes y leales, y conscientes de los sacrificios de los padres.

Y ruega a la juventud, le ruega, donde llameante podría exigir: que lleve este juramento a todas las ciudades y aldeas, para que nunca más en todo el futuro, el pueblo alemán se desgarre a si mismo, sino que en verdad sea y devenga un pueblo de hermanos.

El domingo, el 3 de septiembre, culmina el Día del Partido, la concentración de las SA, SS y del St11. 100.000 hombres se han formado en la Luitpoldhain. Como un inmenso cantero floreciente resplandecen las gorras al sol. Un profundo azul se mezcla con el claro amarillo azufre, en transición al pardo oscuro, elevándose hasta verde claro, se torna negro, rojo brillante, borravino, verde abeto, ocre oscuro, azul claro, gris claro, gris claro entremezclándose con el gris-campaña, blanco claro, verde esmeralda, rojo ladrillo, cobalto intenso y el fuerte rojo de las varas. Suavemente ondula de uno a otro lado el fuego de colores sobre el fondo pardo de los uniformes, hasta que una sola voz de mando hace que los cientos de miles se congelen en una unidad inmóvil.

El Führer llega. Lentamente recorre la amplia calle que ha sido dejada libre hasta el lugar donde descansa la enorme corona de laureles, consagrada a los muertos del Movimiento.

Las banderas bajan despaciosamente; 5.600 banderas de Asalto. Como un muro está parada la SA. El coro fúnebre del Ocaso de los Dioses, sollozante, estremece el amplio recinto. Los minutos se dilatan en un conmovedor recuerdo. Y luego, de cien mil gargantas se eleva, acompañadas por todas las orquestas y bandas, la Canción del Buen Camarada. Lentamente el Führer se dirige de regreso a la tribuna.

La vida hace valer nuevamente su derecho. La calle abierta es ocupada con deslumbrante e impetuosa celeridad por las filas de a veinticuatro de las tropas negras de la SS, iluminadas desde lo alto por los destellos plateados de los chinescos de sus bandas de música.

Y ahora habla el Führer:

"No tenemos necesidad de rehabilitar ante la historia el honor de nuestro pueblo sobre el campo de batalla. ¡Allí nadie nos lo ha quitado! Sólo un deshonor ha caldo sobre nosotros. No ha sido en el Oeste ni el Este, sino en la Madre Patria. ¡Este deshonor lo hemos reparado!

El Cielo puede ser testigo: ¡la culpa de nuestro pueblo está saldada, el oprobio eliminado, los hombres de Noviembre están derrocados y su poderlo ha pasado!

No es el Cielo el que regala a los pueblos la vida, la libertad y el pan. Son ellos mismos los que deben, mediante su trabajo y sus virtudes, vivir y ser. No queremos nada para nosotros, sino todo solamente para Alemania, porque nosotros somos perecederos, pero Alemania debe vivir!"

La Canción de Alemania se eleva potente. Cien mil brazos se extienden hacia lo alto.

Luego todas las bandas de música hacen oir los compases de La Canción de Horst Wessel, y mientras resuena el eterno himno de la Revolución Nacionalsocialista, el Führer consagra, con la Bandera de la Sangre, los 126 nuevos estandartes. 101 salvas son disparadas por una batería de la Reichswehr.

Sordamente retumban los disparos de honor, y prosigue la marcha de Horst Wessel. A continuación se consagran los primeros estandartes de la SS, las 150 banderas de asalto de la SS.

Se toca La Canción de Rebato de Dietrich Eckart.

La consagración de banderas llega a su término. La última salva se ha extinguido.

Ahora ordena la voz: ¡Levanten banderas! Y rojo-luminosa columna marchan hacia sus Asaltos, bajo los sones de La Marcha de Presentación prusiana, las recién consagradas insignias campales.

Las cabezas se descubren y potente se eleva en el recinto la antigua Canción de Gracias al Altísimo.

Ahora dad todos gracias a Dios, con el corazón, los labios y las manos, que grandes cosas hace en nosotros y en todas partes...

El gran desfile sigue. Delante de la Frauenkirche12 el Führer espera a su SA. La ciudad es una caldera borboteante, plena de júbilo: la SA entra marchando.

Y ahora se aproximan las columnas pardas, en filas de a doce cerradas en profundidad, bajo la lluvia de flores, empavesados en lo alto por colores y banderas. Las exclamaciones de ¡Heil! prácticamente ahogan los compases de la música marcial.

Se iluminan las tribunas en las cuales se han ubicado 20.000 huéspedes de honor, entre ellos el Cuerpo Diplomático. Y ahí está el Leibstandarte13 del Führer.

Marcha de parada. Las botas golpean sobre el empedrado, las cabezas vuelan hacia la derecha.

Horas tras hora pasa y el júbilo no decae. Al final pasa la SS cerrando el grandioso desfile, al compás de la marcha de honor de las tropas de Hitler. Los hombres del Leibstandarte del Führer son los últimos y sobre ellos, otra vez, se arremolina el inmenso júbilo.

Una vez más habla el Führer en esta noche. Expone la filosofía del Estado Nacionalsocialista.

Así concluye en forma solemne y grandiosa el Día del Partido de la Victoria. "Al haberse hecho cargo Alemania de esta lucha sólo cumple, como tan frecuentemente en su historia, una misión verdaderamente europea".